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El pus (también, la pus; se usa como sustantivo masculino en la mayor parte del mundo hispanohablante, como femenino en México y en ambos géneros en varios países de Centroamérica[1]) es un líquido espeso de color amarillento o blanquecino, segregado por un tejido inflamado y compuesto por suero, leucocitos, células muertas, colesterol y glucosa, puede haber también tejido de granulación, conducto formado por células epiteliales (fístula).[2]
La producción de pus se denomina supuración y se produce generalmente (pero no exclusivamente) como parte de una inflamación infecciosa por lo cual su presencia es signo clínico característico de infección.
A los microorganismos cuya infección se caracteriza por producción de pus, se les denomina piogénicos. A las enfermedades o procesos patológicos que cursan con supuración se les denomina piógeno(a)s, como por ejemplo la artritis piógena (Código CIE-10 M00) o la meningitis piógena (CIE-10 G00.9).
También existen enfermedades en que se produce pus sin presencia de infección y son las que cursan con necrosis de tejido o acumulación de tejido muerto, como por ejemplo la psoriasis o la melanosis pustulosa neonatal transitoria.
La acumulación de pus en un tejido cerrado produce abscesos en distintas regiones del organismo y una colección visible de pus bajo la epidermis es conocida como pústula o forúnculo según el tamaño.
El pus está compuesto principalmente por linfa, células blancas o leucocitos (linfocitos y polimorfonucleares (PMN) neutrófilos) muertas o vivas que viajan a los espacios intercelulares alrededor de las células afectadas. También lo componen microorganismos muertos, fibrina y restos de tejido dañado, así como sangre o líquidos corporales según el sitio en donde se produzca.